Rodolfo y Valentina

01/14/05 Versión 2, de Miguel Gómez Losada

A Brisa, kizz, muralla, thirthe, Burdon, Saf, mixina, manuel h, siloam, Magda, bb, GreGori, Ramon, Tarko, Odalys, Nemomemini, Noctámbulo y Joan

Cuatro largas horas tardó Valentina en meterse al viudo Rodolfo en el bolsillo…

Desde Pin y Pon, una pareja deliciosa de agapornis, dejé de ponerles nombres a mis pájaros. Inocente, pensé que así, cuando murieran, no los lloraría. El anonimato me preservaría de los sentimientos: del dolor, de la pérdida, del duelo. Desde que tomé aquella decisión, mi pequeña ha sido la única en desaparecer. Los canarios no tienen nombre y su hijo, que nació en casa hace dos años, tampoco.

 

Cuando el domingo murió ella, una de las cosas que más dolió fué, precisamente, su anonimato. Ella, la pequeña, nunca tuvo un nombre. Y la lloré tanto o más que a todos los que quedaron en el camino: Daniel, Isabel, Miguelito, Marley, Foc, Japo, Pin y Pon.

 

Camino de casa, ayer, con la caja de cartón que transportaba a la nueva compañera de mi viudo, pensaba en todo eso. Y en lo bien que le sentaba el nombre de Valentina, a esa chicarrona que me había agenciado. Despierta y espabilada como ninguna, saltarina, inquieta, fuerte, se hizo valer entre todas las demás candidatas. A mis ojos, estaba sólo ella, presumida con su anilla azul en la pata izquierda. Coqueta, Valentina.

 

La portezuela abierta de nuevo, para presentar ésta vez, no para despedir. Todos apostados a los barrotes de la gran jaula: Marmota, Napoleón, la familia canaria desde la jaula contigua, y yo. Seis pares de ojos expectantes. El séptimo par, no veía, seguía sin querer mirar, con su cabeza bajo el ala.